martes, 23 de mayo de 2017

De inventos y otras historias que inspiran…



Gracias a su naturaleza curiosa y creativa, el ser humano ha desarrollado inventos y/o descubrimientos  que han modificado su vida a lo largo del tiempo y revolucionado su futuro. Los primeros tenían relación directa con la forma en que se comunicaba con la naturaleza y la cotidianidad, por lo que estos fueron indudablemente de tipo práctico. Sin embargo, una vez dominado el entorno, su espectro imaginario fue más allá de control de los ríos o el ganado, y se centro en generar bienestar común o satisfacer su curiosidad, por ejemplo: la astronomía y la imprenta se desarrollaron por el sigo IV cambiando la forma en que se concebía el mundo y la información, el acceso a la educación. Y hacía el siglo XVII nos encontramos con uno de los inventos que revolucionaron el transporte y las maquinarias, la creación de James Watt: ¡la máquina a vapor!


                                                  Maquina de vapor de Watt (1767)

Pero fue entre los siglos XVIII-XIX que se desarrolló la percepción que hoy se tiene de la ciencia y la tecnología.  La humanidad, entonces, estaba hambrienta de fama, aventura y creación.  Por lo que,  no es extraño que entre los años 1800-1900 se levantaran voces desde Chile,  gritando con euforia el nacimiento de sus propias invenciones, algunas de ellas incluso alcanzando fama internacional.  

El Steampunk, además de obtener la estética neo-victoriana de esta época, podría fácilmente alimentarse de la gran cantidad de personajes y relatos del imaginario histórico. Perfectamente, podríamos mirar hacia atrás e inspirarnos en elementos que van más allá del estereotipado engranaje y las reutilizadas lámparas de gas. Es por esto, que reflexionando acerca de las líneas de investigación que queremos desarrollar como colectivo, Cetáceo Negro, ha decidido no solo centrarse en la estética literaria que rescata lo victoriano sino que tomar en cuenta la forma en que Chile vivió este momento histórico, realizando un trabajo similar al que hacen los colectivos en E.E.U.U rescatando el Wild West, en  México la revolución Mexicana, en India la cultura y tradición, o en Japón su estética particular. Por lo tanto,  creímos necesario voltear a  propias raíces y descubrir las riquezas que entrega Chile.          

Inventores: 50% ficción / 50% realidad

Nuestro país ha sido considerado como uno de los países latinoamericanos más motivados en el desarrollo de las ciencias, la invención y el descubrimiento. Ya en 1904 El Madrid Científico, revista científica española, haciendo un recuento de nuestra iniciativa en el área,  nos consideraba el próximo Japón Latino, así que hicimos nuestras investigaciones y elegimos un tema que nos pareció[i]
interesante: Submarinos.

En la historia del mundo Steampunk, podemos encontrar submarinos y maquinas acuáticas increíbles, inspiradas en su mayoría por la obra de Julio Verne, que aunque no es propiamente Steampunk, ha servido como base para la creación de tecnología en el mundo steam. Y aunque la mayoría de esos diseños son solo parte de la fantasía, la realidad es que el imaginario narrativo de Verne y otros autores, inspiraron a inventores de todo el mundo a desarrollar sus propios diseños. 

Submarinos chilenos y sueños imposibles: 

En Chile los primeros inventos se registraron con patente desde 1840[ii], pero la mayoría de ellos estaban relacionados a la producción industrial y económica del país. Hasta que en 1889, el nombre del Capitán Manuel Arismendi  se leyó en el Diario Oficial (1889), con la petición de una patente para registrar un submarino.

La historia de Manuel Arismendi está llena de especulaciones y declaraciones malintencionadas, sin embargo, es uno de aquellos personajes dignos de un loco relato Steampunk. Se enlistó en el ejercito como la mayoría de los hombres en su época, pero no batalló hasta casi al final de Guerra del Pacífico. Al terminar el conflicto fue trasladado a Iquique, pero su conducta comenzó a volverse taciturna y reservada. Durante el periodo en que se empeñó en desarrollar su proyecto privado, su personalidad imitaba lo que hoy reconoceríamos como rasgos de un inventor steam estereotipado. El Capitán a cargo de la unidad donde trabajaba Arismendi, lo recuerda como alguien que se encontraba en un “(…) estado de enajenación mental, próxima al idiotismo (…)” (Sapunar, 2004: 15).Y aunque su personalidad podría haberle restado seriedad ante la sociedad,  su  diseño se dio a conocer como la esperanza de la armada, desde la armada, para llevar a cabo un proyecto tecnológico que había visto demasiados fracasos en aquellas fechas. Lamentablemente, había muchos ojos suspicaces y recelosos observando el avance de su diseño, la verdad es que nunca confiaron demasiado en los conocimientos y la capacidad del Capitán. 

Después de un tiempo, al parecer, Manuel Arismendi no pudo soportar dejar su sueño en las manos de alguien más y desapareció. De un día para otro ni su esposa, compañeros o superiores sabían dónde se encontraba.  Su búsqueda fue infructuosa durante meses, se especulaba que se había vuelto loco y se publicaron varias declaraciones al respecto,  hasta que después de meses de ausencia fue encontrado. El Diario Oficial (1890) relata por medio de una declaración que Arismendi sigue terco en la continuidad de su proyecto, pero no afirma ni refuta las declaraciones anteriores de desaparición. Con el tiempo, sus intentos, sin dinero ni apoyo, nunca dieron frutos. Dado de baja y erradicado en Quillota, Manuel A., termina por renunciar a su sueño y admitir públicamente su derrota.

Por otro lado, fuera de las fuerzas militares, las energías por concretar este proyecto siguieron creciendo, y en  1896 aparece en el Diario Oficial la petición de un joven inventor que aseguraba haber desarrollado el mecanismo que le daría a Chile ventaja militar en uno de los campos más extensos de su territorio: El Océano. Inspirado por los acontecimientos de sus antecesores: Carlos Fach, Gustavo Heyerman y José Huber, este joven profesor estaba seguro de alcanzar lo que ninguno de sus predecesores pudo.   

Domingo Urzúa Cruzat era un profesor de ciencias en el sur de Chile, que en busca de mejores posibilidades se erradicó en Santiago trabajando como colaborador científico del diario La Ley. Su vida transcurría de forma ordinaria, hasta que un día, su petición al director de obras públicas aparece en el diario: La patente para un submarino.

 Su recorrido fue intenso y no estuvo exento de polémicas. Comenzó su trayectoria luchando a través de la prensa con otros inventores por la patente y el reconocimiento. Durante un tiempo se publicó en los diarios de la época esta pequeña guerrilla de dimes y diretes entre intelectuales. Con el paso de las semanas, la batalla se enfrió, pero los ánimos de Cruzat se mantuvieron firmes, y pronto se convirtió en una celebridad desde Iquique al centro del país. Su nombre se escuchó y reprodujo en fiestas y eventos. Se entrevistó y planeo el futuro de su creación con la Armada de Chile que vio con ojos esperanzados la adquisición de este nuevo y único armamento. La élite política lo apoyó en palabra pero nunca económicamente, y fue en el pueblo, en sus seguidores, que encontró fondos para avanzar paso a paso en el desarrollo de su creación.

Cuando recaudó lo suficiente, viajó a Europa y ganó la admiración de inventores y militares en el área, puso a Chile en la boca de la élite intelectual y regresó al país con la esperanza de hacer su sueño realidad, pero la clase política temía, según diarios españoles[iii], el fracaso rotundo de su proyecto. La realidad en el resto de los países que lo habían intentado y fracasado en el proceso influyó en las constantes negativas a su petición, así como los errores fatales de sus antecesores. Chile nunca dio los fondos, no estaba en condiciones, y hasta el fin de sus días Cruzat vivió esperado una oportunidad.

Igual que Domingo C., José María Carrillo extendió su mano para tomar el título del primer creador de un submarino que funcionara en Chile, y aunque no tuvo la popularidad mediática que Urzúa, fue uno de los pocos que sí desarrollo un modelo a escala que funcionó y que fue presentado al propio presidente de la república, en ese entonces German Riesco Errázuriz. Este muchacho español, erradicado en Chile desde los 14 años, a los 27 había dejado su oficio de reparador de pianos, y había apostado por convertirse en un inventor, corría entonces el año 1903. Fue gratamente alabado por la prensa, científicos de la época, políticos y militares por igual, y de la misma manera que lo vivió Cruzat, Carrillo observó con rapidez aquella llama que se había encendido desaparecer lentamente en el anonimato y la oscuridad.  

De los tres inventores nombrados, a pesar de que Cruzat tuvo mucha más fama, personalmente, me impresiona el mecanismo que Carrillo utilizó para materializar su submarino, no porque haya sido más original o práctico, sino porque si leemos con cuidado la descripción, pareciera ser el transporte que encontraríamos en el imaginario estrafalario de algún relato Steampunk. El diario El Siglo (1893), lo describe, como:

“Un pequeño botecito que afecta la forma de un pescado, un verdadero pez espada, cuya proa, de forma cónica, termina en punta. Tiene a ambos lados un par de aletas que, unidad por un sencillo mecanismo al timón o cola, sirven para sumergirlo o sacarlo a flote, según sea necesario aplicarlas. Un mecanismo de relojería, que hace las veces de motor, da movimiento a la hélice que le sirve de propulsor(…) En el centro lleva un mecanismo desconocido hasta ahora, que sirve para mantener el barco a la profundidad que se desee, sin más límite que el que fije la resistencia de la envoltura a la presión atmosférica. Este mecanismo sirve para imprimir a las aletas y al timón un movimiento suave, casi imperceptible. El movimiento de las aletas es vertical y el de la cola o timón vertical y horizontal.” (Sapunar, 2004: 126)

La estructura de relojería y todo el mecanismo hecho a base de engranajes es lo más cercano, fuera de la narrativa,  a un transporte propio de la ficción, así también, cada uno de los hombres nombrados en esta entrada.  A pesar de que no se conoce gran detalle de sus vidas personales o carácter, su contribución, ya sea científica como ficcional, es un aporte histórico que no podemos dejar pasar. Apostaron por un futuro diferente, desafiando la pobreza y sus expectativas. Merecen ser recordados más allá de sus fracasos, y por qué no, usados como inspiración en nuestra narrativa,  inmortalizando para siempre su legado. 


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Bibliografía:

Krahe, A. (1904)  Un submarino Chileno, Madrid científico. N°468 p. 482.
Quilodrán, H. (12 de Junio 2013) Quillota y los primeros submarinos. El observador. Recuperado de http://www.diarioelobservador.cl/Opinion929-quillota_y_los_primeros_submarinos
S.n (s.f) La propiedad industrial en Chile [versión electrónica]. Santiago, Chile. Memoria Chilena. http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3663.html
            (6 de marzo 1889) Diario Oficial. Santiago, Chile.
            (1 de abril 1890) EL Mercurio. Valparaíso, Chile. 
(14 de abril 1897) la Ley Diario Radical [Versión Electrónica] Santiago, Chile. 
            (24 de abril 1897) la Ley Diario Radical [Versión Electrónica] Santiago, Chile.

Sapunar Peric (2004) Tres destacados inventores de submarinos en Chile Manuel Arismendi, Domingo Urzúa Cruzat, José María Carrillo. Boletín de la Academia de la Historia Naval y Marítima de Chile. Pag. 113 -119




[i]Antes de seguir avanzando queremos hacer una aclaración acerca de la dirección que seguirá este artículo. En esta entrada solo se hablará de aquellos inventores que diseñaron submarinos, pero nunca llegaron a construirlos, a diferencia de personajes como: Carlos Fach, Gustavo Heyerman y José Huber. También aclarar que son aprox. siete personas las que pidieron una patente para submarinos en Chile durante el siglo XIX, según Sapunar (2004)  pero solo los tres nombrados tuvieron atención mediática.  Además, ampliamos el espectro histórico hasta 1920, debido al mecanismo utilizado por José María Carrillo, el cual consideramos cumple con características mecánicas similares a las que nos imaginamos dentro del imaginario steampunk. 
[ii] Se le concedió la primera patente de invención a Andrés Blest en Valparaíso con el título de “Un método para hacer ron en Chile”. 
[iii] Krahe, A. (1904)  Un submarino Chileno, Madrid científico. N°468 p. 482.

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