jueves, 14 de enero de 2021

Día 14: Vagabundo

POR MAURICIO RÀIZ

 

El rostro desolado de un joven que yacía sentado al borde de la vereda, demostraba otra vez que la dureza de la postguerra era algo que no se lavaba con los festejos. Algunos conflictos cesan, pero a aquellos que los sobreviven, los acaban marcando ciertos estigmas que difícilmente los soltarán.

    Tan pronto hubo acabado de comer su mendrugo recalentado, el extraño viajero agarró sus pertenencias y se puso en pie dando un fuerte silbido. El pelo largo y liso contrastaba con el color de sus ropajes remendados. La gente que pasaba por las calles lo miraba sin entender su existencia, como tampoco lograban asimilar el espacio vacío que se alojaba donde debería haber estado su pierna izquierda, pero lo más raro para todos era su rostro, que traslucía toda la belleza de una flor fresca, pero que poco a poco dejaba ver las manchas propias de alguien marchito hasta lo más profundo.

    Era por personas como él, la carne de cañón, que los ricos habían conseguido mantener sus fortunas y sus tierras. Aunque al final todo no era más una ilusión, la guerra no había servido de nada más que para demostrar el poderío de una nación sobre otra. Pero la gente común y corriente no había ganado nada, por el contrario. Y aquel viajero lamentablemente había comprendido que para la sociedad no todas las cabezas valían lo mismo.

    Años antes se había ofrecido como soldado para que no enviaran a su hermano mayor ya que padecía una afección al corazón. Pero ya en las filas, igualmente se lo topó como recluta, chocando con la despreocupada sonrisa de este, que lo abrazó diciéndole:

—Perdón, era yo o nuestro viejo.

    Su hermano murió en la primera oleada ¡Qué maldito con suerte! Nunca vio su casa hecha polvo, ni sus familiares mutilados o su pueblo vuelto un yermo.

    Les prometieron ser condecorados como héroes, pero una chapa de metal bañado en plata no servía como moneda de cambio para recuperar una vida, ni una extremidad ni los sueños.

    Hace unos meses, durante su estadía en un pueblo costero maltratado, se le había unido una niña de unos pocos años menos que él y que no tenía nombre, a la que llamó Luna. La niña de 12 años tenía más carácter que él, aunque no recordaba de dónde venía, seguramente producto de algún trauma importante. Siempre la miraba pensando que a su edad él estaba dando caza a otras personas, gente como él o su hermano, forzados a llevar armas para cuidar bienes ajenos. Luna no había vivido todo eso aparentemente, pero al igual que él, no tenía nada, aunque a diferencia de él sí tenía corazón.

    El día que la conoció fue cuando ella decidió acompañarlo y llevarlo a rastras en la larga búsqueda del artesano que le daría una nueva pierna ortopédica. A veces pensaba que debería haberle puesto Esperanza en vez de Luna, pero este último nombre igual le iba bien, porque por tanto tiempo el astro había sido su único consuelo a través del maltrecho telescopio de su padre, había sido un llamado a querer viajar lejos, a alejarse de tanto conflicto estúpido. Luego llegó la guerra. Nunca espero que dejar de existir implicara que los demás tuvieran que morir. Luna era el foco que iluminaba sus pasos nocturnos, el sol lo encandilaba con sus promesas, mas la luna mostraba la realidad de las cosas.

    —No seas tonto —le dijo una vez—. Sí te pueden poner una pierna y lo harán. Si les dices que fue por la guerra te creerán, el que me lo dijo era confiable.

    Bien sabía que su viaje no era por él mismo, ni para recuperar su pierna, ni tampoco para sentir que su vida tenía sentido. Simplemente no se sentía parte de nada, pero no dejaría que Luna viviera así. Aunque él muriera sin tener un corazón, Luna debía vivir con el suyo y derrumbar todo aquello que les había arrebatado sus mundos.

 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Muchas gracias por tu comentario!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...