Día 16, mes 1, Costa
Rocosa, inicio registro:
Después de un año
realizando muestreo de las aguas y arena de esta zona, puedo tener certeza de
que mi hipótesis era correcta: la fauna marina se ha modificado a raíz de los
experimentos, cambios en los medios de transporte y nuevas industrias de la
ciudad. Los resultados son concluyentes.
Carbón; alquitrán;
plomo; arsénico. Todos en niveles por sobre los permitidos, según la regulación
internacional, algunos incluso en cantidades peligrosas para el desarrollo de
la vida animal y humana.
Todos me creían loco,
ignoraron mis advertencias. Decían que era normal el color grisáceo de las
arenas de Costa Rocosa. “Así son las dunas de acá”, “es arena rica en
minerales”, “única en todo el territorio, una belleza exótica”, pero nadie se
preguntaba por qué, nunca nadie fue más allá. “Los peces han varado por cambios
en las corrientes”, “las aves han migrado al norte porque hay más comida por
esos lares”, “adónde que está cambia’ la cosa”, “mi niño, no se crea esos
cuentos, no hay monstruos marinos” […] Y los empresarios: “fue un hecho
aislado”, “sólo hemos tenido 1 derrame de petróleo en el último trimestre”,
“nuestra actividad no tiene un impacto significativo en las aguas, tenemos un
protocolo de manejo de residuos…”; obviamente todos están bajo norma, si les han pagado millones a científicos para que hagan
estudios favorecedores y además se han comprado a los magistrados.
[…]
Me he desviado.
Un año. Ha sido un año
en el que he visto más cadáveres de animales de los que me gustaría.
Peces en la orilla,
con ojos opacos, el pellejo seco, órganos ennegrecidos, que emanaban un olor
metálico que aún no puedo borrar de mi memoria.
Aves con sus plumas
pegadas, empapadas en un líquido viscoso más oscuro que la noche; aves con
dificultad para respirar y moverse, que a las pocas horas fallecían.
No creo haber visto ni
la mitad de especies que solían habitar este lugar, según los relatos de mi
abuelo. La zoología no es mi especialidad, pero no hay que ser experto para
notar que hay algo mal.
[…]
El asunto es que éstas
concentraciones de químicos en las aguas, sus depósitos en la costa, los sedimentos
en el suelo oceánico, los cambios en la temperatura por la alta actividad
industrial de la zona, todo esto sumado, ha traído mucho más que muerte.
Y el problema no es la
muerte de peces y aves, ya que importamos alimento de otras regiones, mientras exportamos
tecnología. El problema tampoco es la contaminación, no. Mascarillas cuando se
vuelve difícil respirar; vacaciones al norte, cuando las playas de acá están
muy “sucias”. Incluso sigue siendo pintoresco, ya saben, la playa negra, las dunas de Costa Rocosa, la ciudad de
arenas grises; artistas de todo el país vienen a pintar cuadros de estas
costas y los adinerados se hacen fotografías con el “paisaje exótico” de fondo.
[…]
Nuevamente me he ido
por las ramas.
Quizás sólo quiero
evadir el tema, porque en el fondo me da miedo enfrentar mi descubrimiento […]
Cambios en la fauna marina. Adaptación, le llaman. Muchos han muerto
intoxicados; otros, se han vuelto resistentes y mutado.
[…]
He… visto… cosas
terribles. Indescriptibles. De esas que escuchas como leyenda urbana. ¡Pero yo lo
he visto con mis propios ojos!
Acompañando a los
pocos pescadores artesanales que quedan, me he embarcado un par de veces; les
he pedido que hagamos expediciones de día y de noche. Sólo por rigor del
estudio, para tener un registro lo más completo posible […] Criaturas que
brillaban en la oscuridad de la noche, con un fulgor intenso, radioactivo, como
los núcleos de poder que usan en las armaduras y pistolas del ejército […] Su
fluorescencia de seguro es impactante, pero intimida mucho menos de aquello que
revela: sombras de criaturas inimaginables, colosos marinos que asechan en
nuestras costas […]
Ojalá hubiese podido
apagar esa luz y nunca haber visto las sombras. Estamos engendrando monstruos.
Nuestras aguas nunca volverán a ser como antes. Debo alertar a las autoridades,
pero no sé si me crean.
[…]
Fin del registro.
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