Por MAURICIO RÀIZ
En aquel instante creyó que no pudo haber
elegido un mejor trabajo. El fuego frente a sus ojos era una bestia caprichosa,
llamativa y voraz. El hijo monstruoso de la avaricia de ciertas personas
dispuestas a acabar con bosques y viviendas para construir sus propias
estructuras. Era un fuego desbordante, pero no era más sorprendente que aquel
que vendría después.
Había
fuegos dispuestos a consumir la triste ilusión de propiedad que poseían los más
humildes; había otros, que por su lado le recordaban la brutalidad de la guerra
y sus mentiras. Había también fuegos eruditos, provistos de llamas que traían
consigo conocimiento y avances maravillosos. Y así la lista se extendía a
muchas más variantes. Pero existía cierta clase de fuego único en su tipo, que
era el que despertaba mayormente su interés. Estaba ahí para estudiar, para
entender la diferencia entre un fuego desolador y uno esperanzador, para
descartar los fuegos inútiles que no le ayudarían a cumplir su promesa.
Luego
de apagar cada llama del pequeño hogar, se quedó mirando a la familia, los vio
abrazarse. Sintió pesar por ellos, aunque la calmó ver toda la ayuda que les
había llegado apenas iniciado el incendio. Era muy diferente a su situación,
hace cinco años había perdido a su único compañero en la vida, el único que la
había ayudado realmente. No le quedaba nadie, el amor tras esto se había
alejado de su corazón y su objetivo se había focalizado completamente. Por
fortuna los contactos que había logrado en sus labores estaban totalmente
dispuestos a ayudarle a concretar el castigo que tenía jurado para todos
aquellos culpables de su desgracia. Todo apuntaba a que resultaría.
Tenía
el conocimiento suficiente para formar la primera chispa que acabaría con todo
lo que odiaba y sus compañeros se mostraban de acuerdo, expectantes. No harían
nada para combatirlo.
Nadie
ayudaría a los que por tanto tiempo se habían aprovechado de la total sumisión de
todos aquellos que tenían poco y nada que perder. Gracias a sus dedicadas observaciones,
el fuego purificador de la revolución que iba a iniciar sería incontrolable,
sería perfecto.