Jorge Alberto Collao, en el día de la Conmemoración del Concilio de
Arlés, de 2017.
"Estúpido, estúpido,
estúpido. La energía es arrebatadora e insolente como un caballo desbocado. Así como un
veneno es medicina en pequeñas dosis, o te mata entre estertores y espumarajos
sino lo controlas ,
así la energía del movimiento sucumbe ante la destrucción. Mira mis manos
Clodette, míralas bien y ve que pequeñas son, casi como las tuyas, y así como
tú las ves así las vio tu padre cuando me presenté en su estudio a mostrarle
mis inventos, y así me sacó de tu vida y me robó un futuro. Pero yo soy
perseverante como me enseñó mi maestro, que confió en mis habilidades más que
tú que decías amarme, más que mi madre que solo veía en mis obsesiones una
enfermedad más peligrosa que la afición al opio. Y aquí en este cuarto enorme y desolado que
me he robado, porque nadie viene aquí, he reunido mis artilugios. No sé cómo ni
por qué me buscaste después de aquella afrenta, por qué querías saber de mí cuando todo tu mundo me despreció, y solo me quedaron para sobrevivir todos
estos inventos que reparo por migajas, para gente que me humilla. Pero de todos
ellos mi habilidad me permite quedarme con una pequeña pieza aquí o allá, un
engranaje, una roldana, microscópicos tornillos de aleación o rubí. ¿Y quieres
saber qué he hecho? he hecho lo que
siempre creí que se podía hacer, porque estas minúsculas maravillas dentadas,
con la exactitud de un reloj, modulan la fuerza y el movimiento en puntos
exactos con un control que asombra al mismísimo Dios, porque ni Dios ni nadie
en el cielo puede hacer ni imitar esta exactitud como puedo hacerlo yo. Es
cierto que mientras estábamos juntos, que mientras me permitía dirigirte dulces
palabras sentados en el parque, mi señor Nicolás de Bramante velaba por mí,
cuando yo no era más que un amasijo de carne y huesos rescatados del hambre de
las calles. Él me recogió, vistió mi cuerpo desnudo y puso la ciencia entre mis
manos, ciencia que ya no puedo ofrecerte. Sé que has venido abrigando alguna
esperanza, sé que quieres hallar en mis ojos alguna luz de humanidad de aquel
muchacho que alguna vez creíste amar. Y sé por qué estás aquí, y sé también que
los policías llegaran en cualquier momento y cuando vean estos mesones, estos
estantes, estas cadenas y artilugios que abarrotan esta bodega temida y
abandonada, comprenderán y no tendré escapatoria, sabrán que quien creó a esos
pequeños escarabajos mecanizados que acudieron a tu casa, y que se cebaron con
la vida de tu padre los hice yo, los construí y les di vida yo, pero no sabes
ni sospechas que no me atraparán, porque el que abre su corazón aquí no soy yo,
pues yo ya no importo, yo ya no estoy, lo que ves es mi más grande creación
pues aunque te confundas y veas en mi piel, mis manos, mi porte, el sonido de
mi voz, como aquel que lejanamente recordabas, no soy yo, yo soy mi más grande
invento, yo soy el mecanismo más perfecto, yo soy el autómata eterno, yo soy
quien te quitará la vida ahora porque la muerte ni siquiera toca esa alma de
engranajes, esto es lo que soy, esto es lo que hiciste de mí. Y aquí, en este sobre, quedarán las
instrucciones de Nicolás de Bramante, porque no seré juzgado, soy una máquina,
soy una cosa, y aunque mi amo ya esté muerto, sigo siendo una propiedad, y
nadie podrá tocarme. ¿Qué vas a decir ahora? ¿Ya no quedan palabras en tu
garganta? ¿Ninguna palabra queda ya en tu garganta?"