martes, 26 de enero de 2021

Día 26: Espiritismo


Por Sina de la Fiol


Tras el reencuentro del Capitán Alex con quien nos estaba interceptando con sepa Dios que fin, cambiaron totalmente los planes. Con el fin de ayudarla a recordar quien era nuestro curso cambió drásticamente de vuelta a Valparaíso. Bajamos en la ladera del cerro Rocuant y nos despedimos de la pareja aérea. Nuestro capitán se acercó a nosotras en cuanto estuvimos en tierra firme – Eduardo está consiguiéndonos un carruaje para llevarlas a su domicilio. – Su mirada se veía tan triste – No soy muy bueno con las despedidas así que lo haré ahora – Su mano se extendió para tomar la de la señorita – Fue un placer hacer negocios con usted, señorita Martínez. Al menos mi carrera militar no terminó por la pierna – Dijo golpeando la prótesis – Sino por perder la nave – La sonrisa que intentó darnos el capitán fue un penoso intento de decirnos que no importaba lo que nos acababa de decir. Eduardo llegó pronto con un carruaje maravilloso, sin cochero. Se bajó y le susurró unas palabras al Capitán quien sólo asintió preocupado -Señoritas, me parece que su carruaje las espera- Dijo mientras abría la puerta y nos ayudaba a subir. El viaje a casa fue corto. Culpo a la ansiedad que tenía de ver a mi madre nuevamente. En cuanto llegamos a la casona supe que algo andaba mal. No habían luces encendidas ni porteros esperando en la puerta, sólo una gran X marcada con pintura roja en la puerta. Antes que pudiéramos decir algo Eduardo abrió la puerta. – No se bajen, iremos a investigar- Su tono serio no hizo más que preocuparnos – Algo no anda bien, nunca está tan silencioso…madre constantemente hace tertulias con sus amigas a esta hora y padre tiene sus reuniones de negocios en la oficina, las luces de ahí al menos deberían estar encendidas – Todo lo que me decía Agatha tenía sentido, cada palabra que decía nos demostraba que algo andaba mal.

El sonido de la puerta al abrirse nos asustó, era Raul, el mozo de cuadra de la familia vecina – No queda un alma ya. Todos a quienes conocí están muertos…la pandemia ha sido más dura de lo esperado- Se metió con nosotras y cerró la puerta. La señorita Agatha tomó mi mano – Comenzaron a caer como moscas, no perdonó clases sociales, no perdonó colores de piel…como moscas…he estado tan solo- su mirada se posó en nosotras, sus ojos eran como los de un animal que está por atacar a su presa – pero ya no estaré sólo…no con ustedes…arreglé la mansión de los Valenzuela y ahora vivo ahí- De pronto empecé a notarlo. Su ropa claramente no era de él, aparte de quedarle un poco estrecha se notaba en la calidad que le pertenecía a alguien superior. Sus manos tenían anillos dorados y su cuello estaba adornado por un pañuelo de seda verde. – Me pregunto con quién pasaré la noche primero…la empleada o la señorita. Podría dejar el plato fuerte para el final- Sus palabras amenazadoras me tenían aterrada, pero la señorita Agatha parecía indiferente- ¿Y piensas que te acompañaremos tranquilamente? - Dijo con la voz dura – Claro que no, para eso es este pañuelo- De la nada saltó sobre la señorita, traté de detenerlo pero pronto ella estaba dormida. Era mi turno, debía pedir ayuda pero era muy fuerte, pronto sentí la suave textura de la tela sobre mis labios y a pesar de intentar aguantar la respiración, pronto sentí un profundo sueño y mis ojos no pudieron hacer otra cosa que cerrarse.

-No mamá, no voy a casarme con ellas, sólo quiero divertirme un poco- Cuando comencé a despertar escuché que estaba hablando con alguien más, pero no lograba percibir la respuesta de su interlocutor – Si sigues con esa actitud, no voy a contarte más sobre mis planes- Cuando abrí los ojos lo vi sentado en una mesa pequeña, sobre ella había una de esas “tablas parlantes” que le decían, esas para hablar con los muertos. Sus manos bailaban rápidamente sobre ella. Moví suavemente las manos para darme cuenta de que estaba amarrada a una silla. Agatha estaba amarrada en una cama. Debía ser fuerte, debía ayudarla, pero mi mente estaba en blanco…

 Continuará

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